Días de bossa nova en inglés

Años atrás, la bossa nova era la excusa de conversación. Ba’ excusas habían muchas. Nos hacíamos los cosos, hablábamos de jazz y de temas que no importan, que eran simples excusas. De hecho nuestra primera salida tenía por intenciones aquel Club, que por suerte estaba cerrado. Te acordás, nos acompañaban aquellos amigos que en esa época andaban juntos -qué loco, ahora ni se pueden ver-. Al final terminamos en el cine, esa era la opción. Ir al cine, lógico. Vimos una argentina que tenía partes filmadas en Montevideo. Una mala película policial con desnudos de Sbaraglia. Pero nunca vimos el final, y este detalle se me había pasado por alto hasta el otro día, cuando me hiciste acuerdo, al repetir la sistematización: escuchar de reojo. Esta vez eran gritos de desmembrados por el tiburón.

Hace 5 años empezaba este asuntito de socios. Cayeron largos lapsos y silencios. Esos de bronca y desazón. Años de estampitas, de canjes, justificados para que ahora esté escribiendo.

Pasaron eras y aquí estamos, parados, mirándonos frente a frente, en el mismo sitio pero con un punto de vista diferente, el inducido por el furioso tránsito. Un plano tridimensional, en el fondo está el pasado, en el medio nosotros, y adelante la distancia por recorrer hasta el espejo de la cámara de fotos. Y no se sabe si la trayectoria es larga o corta, pero ahí está en primer plano.
Temblabas. Hace unos meses, 4 años después de nosotros, temblabas. De nervios, claro. Modus operandis supongo, te acercaste con tus huesos castañuelas, buscabas tantear si el perdón era así o la bronca carcomía aún. Y la verdad es que el perdón no está porque no hay porqué. Allá, 4 años atrás, lo que pasó pasó, lo que se hizo se hizo, lo hecho hecho fue o está, y explicaciones tendrás. Algunas que hoy entiendo, otras que ni si quiera están por descubrirse y mejor así. Respecto la bronca, me abandonó hace unos años atrás, cuando el silencio era inmaculado, cuando estábamos inmersos en bañeras diferentes, en dos océanos con la tierra de por medio. Y el continente estaba muy poblado, inclusive pululaban mosquitos y nuestro gran pez particular. Yo ya ni me acordaba si vivías en la A o en la B, si en el 3ero o en el 7mo. Y vos tampoco, tampoco sabías en qué vagón me había embarcado durante ese lapso, o lapsus mejor dicho. Mi destino era expreso. Y por eso temblabas. Te sonreí una mueca, te baile con bola de espejos, y me fui, me fui para no confundir tigres por dragones, tigres con caballos.
Transcurrieron 2 semanas o una sola y te volví a ver, ba’ en realidad me fuiste a buscar reuniendo todas tus fuerzas para ser el público más atento, el que tenía la chance de irse con la vedette. Erotismo de pibe asustado por dar el 2do paso. Y justamente eso fue lo que habías hecho antes, en aquel boliche que ahora está cerrado, en el que tus palmas eran peluches rosados, saco de ardilla sintética, aquella noche en la que terminamos todos en un antro espantoso. Y me divierte comparar tus tácticas sobre papel carbón. En este 10 de junio, todo era reiterativo y casual, un nido de paja con migajas, todas las fichas estaban en su cubo Ono, todo era semblante a nuestros viejos meses. Los amigos oyentes ya hacían parte del decorado del pool, de nuestras palabras incesantes, de la verborragia retro. Amigos con risas de colores que se sentían nuevamente en casa. Era terreno estallando de árboles, yuyos y trigo. Desapercibían el reencuentro, la visita inesperada, pero los años de silencio, bronca y desazón eran cortos sobre la frisa-flecha-de tiempo. Frente a frente sabíamos que todo transcurriría automáticamente. Natural, no había nada que cuestionar, todo lo tenías calculado y a mi me parecía genial -desde la premeditación hasta la primera jugada y todas las que siguieron-. La fuerza G recostada, dormida entre los trozos de cuero blanco lunar, compartiendo los años pasados, explorando el presente, como huella de cauce común.


Y rebautizo, miro desde este nuevo ángulo. Cerca y con filtro UV. Te dejo propagarte por las rendijas de mis persianas. El obturador se disparó desprevenidamente, sin insistir con su humedad, pero ahí va, imprimiendo días en un campo amplificado.
Y no sé, pero ahora estamos parados aquí. Frente a frente. En este inter-espacio, viviéndolo sin saber cuál es el rumbo, pero el recorrido es manso y eso es tan liviano que cada vez es más agradable. Simpático, fuerte. Y juntás mis semanas, llegás con firmeza a los muros medievales que construí durante estos 4 años para que los trepes. Al llegar al mirador, vemos qué hacemos, porque total, no hay apuro, todo es tan suave que no hay porqué preguntar, averiguar, ni tampoco perder la razón, enloquecer de taquicardia… claro, si en definitiva sigo asfixiada por las pesas de nuestro pasado que me obliga como un juez azul a conducir con el casco de un astronauta… lógico.