viernes, octubre 14, 2005

Roer el caparazón de yeso

Me eclipsa.
Una garganta con miel canta,
raspea su nombre con letras mudas.
Un timbre extranjero retumba.
Cruza el zaguán,
astilla la vieja trampa,
forja el juego de llaves.

Tapizada con tachas de lata,
cuesta verte bañar de oro mi terraplén.

La primavera no pasaba por mis manos.
La tomo suavemente, no se va a escabullir.
Las avenidas son anchas en su fibra muscular.
Lo invito a pasear por la vena principal,
hay rincones sospechosos y desconocidos,
quizás quiera existirlos conmigo.

Gala enfrascada en el freezer,
tus dedos cambian cítricos por mermelada.

Como una redonda expansiva en mi tímpano,
oscila en las teclas de un piano consolado.
Un elefante enmohecido de violencia y desazón,
lisiado y desafinado, valiente, suena diferente.
Abundan los mayores, los menores chillan abandono.

Blindaje cargado hacia el arco iris,
sos llovizna nocturna, lámina de fuego, juego que atender.

Polución de escape de pálpitos,
fraccionaría átomos para que sean el doble en tu bolsillo.


1º de octubre 2005

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